La entrada en la adolescencia, aproximadamente de los 12 a los 18 años, es periodo crítico y trascendente para su desarrollo posterior.
El niño entra en la adolescencia en un aprendizaje ya adquirido en relación a sentimientos, actividades y capacidades.
Es un renacer a un mundo por descubrir, desde cambios profundos físicos, mentales y emocionales, hasta un ver y sentir de nuevas maneras, rompiendo en su etapa anterior.
En este proceso todos los que rodean al adolescente sufren y tienen que enfrentarse a cambios drásticos y radicales, complejos y en ocasiones difíciles de solucionar y afrontar.
Ruptura con esquemas mentales y actuaciones que provocan enfrentamientos familiares.
Se produce una ruptura en esa idealización de los padres y adoptan posturas muy críticas con ellos, ven en ellos el principio de autoridad y eso choca con su deseo de independencia, autonomía, distanciarse y alejarse de la protección y autoridad de sus progenitores, encontrar su propia realización personal.
Sienten frustración al reconocer en sus padres fallos y debilidades, carencias culturales y personales.
El mundo de sus progenitores se les viene abajo, por ello necesitan buscar nuevos apoyos y establecer otros modelos de conducta e imitación.
Necesitan ser independientes, pero dependen así de la autoridad parental.
No son niños, pero tampoco son adultos.
Su comunicación familiar ya no es tan fluida y natural como en etapas anteriores de su vida.
Todo se vuelve más difícil, para los adolescentes, para los padres, para los educadores.
Todo niño al llegar a la adolescencia tiene y presenta una crisis de identidad, una crisis de personalidad.
No le asusta el cambio, lo que le rodea la disputa y no encuentra en ello motivo de alegría, no le llena nada, se siente infeliz.
Hay un molestar interior producido por ese cambio tan radical, profundo e importante como es la llegada de la adolescencia; cambio hormonal, físico, psicológico, social.
Abocados los adolescentes a la frustración; el aburrimiento, interés por lo circundante.
Pero el momento es crucial en sus vidas para adquirir criterio personal, personalidad propia, gestionar sus vidas; por ello encauzarlos y dirigirles acertadamente en el desempeño de la tarea educativa es fundamental y sumamente importante.
Confusión, rebeldía, incomunicación, pérdida de referentes, desapego familiar ruptura de la convivencia familiar, conflictos familiares e incluso conflictos académicos.
Adoptar nuevos cauces y vías de comunicación como: reanudar, propiciar la buena relación comunicativa con el adolescente debe ser el primer objetivo de esta ardua batalla.
Mostrar interés por sus gustos, preferencias, preocupaciones, respetar su intimidad.
Esquivar diálogos forzados o interrogatorios, granjearse su confianza.
No ser excesivamente autoritario pero tampoco permisivo. Escuchar, aconsejar y muchas otras opciones necesarias y útiles.
Granjearse su aceptación, respeto es tarea y misión tanto de progenitores como de educadores, puesto que la adolescencia es el último escalón vital en el que se puede trabajar y contribuir a su desarrollo personal.
Finalizada esta crítica etapa vital, momento decisivo para su determinación y fijación personal, el adolescente se verá sumergido ya en otro camino que le conducirá a la edad adulta.
De ello se desprende que es muy necesario adoptar medidas, técnicas, esquemas, métodos y habilidades prácticas que influyan positivamente en ese mundo interior tan complejo que constituye la adolescencia y para que lleguen a comportarse con responsabilidad en su edad adulta.
Ayudarse de cursos especializados en dicha materia dispone tanto a padres como a educadores a afrontar esos difíciles retos desde una perspectiva más dialogante y comunicativa para encauzar y llevar a buen término su responsabilidad tanto paternal como educativa.
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